CAPÍTULO XXV
En Alemania, el Sábado 23 de Agosto en horas de la tarde.
Y HABÍAN DICHO... “CON ESOS MONSTRUOS... ¡QUÉ PRETENDEN HACER AQUÍ?”
por TIBOR TELEKI
Se había decidido que Larry y Cacho Franco llevaran el auto hasta Lieja. No quise separarme de ellos hasta el mismo momento en que partieron y, en verdad, hubiera querido seguirlos, tal como lo hicieron 2 autos más. Uno de ellos llevaban a Pepe Diez y Giacone, por cualquier eventualidad que se pudiera presentar, y el otro... bueno... ¡el otro se perdió, al equivocarse de camino, y apareció en Aachen!
No niego que haya sido agradable el demorarme un poco, ya que tuve oportunidad de presentar a la gente que concurrió al asado que preparó, como buen experto que es, el gordo Casarín. Además, en un aparte, pude comenzar a palpar qué significaba lo realizado por la Misión Argentina y por el Torino. Dos periodistas, uno inglés y otro español, virtualmente me secuestraron y, antes que pudiera darme cuenta, estaba respondiendo a un hábil cuestionario en el interior de un Volswagen. Fue un buen interrogante el que me plantearon... “¿Por qué, después de 11 años de ausencia, la Argentina se ha decidido a volver al plano internacional...?” El nudo de la inquietud periodística se había prolongado más allá de las características de los autos y de la clasificación lograda. Recuerdo que les respondí con una gran sinceridad, con la misma que ahora inspira estas líneas... “Creo —les dije— que ha sido, primero, una cuestión de oportunidad. Luego, que Fangio se decidió a hacerlo, siendo esto más importante que lo que muchos cree, y además —aquí salió a la luz un legítimo orgullo familiar—, porque hasta el nacimiento de este automóvil, no había auto argentino que pudiera participar”.
Con el B.M.W. que gentilmente no cediera la fábrica, y disfrutando de una alegría interior que no podía ocultar, finalizadas estas entrevistas, me dirigí a Lieja. Di alcance a los muchachos en Eupen. De allí seguimos juntos, en una pequeña y jubilosa caravana.
Luego llegó la recepción formal, en el Chaud-fontaine. Los aplausos, los vítores, las flores y unos besitos que dos chicas belgas, muy monas, obsequiaron a Larry y a Cacho. La caravana se integró con aquellos participantes que habían finalizado la prueba y proseguimos viajando a Lieja, donde estacionamos los autos frente al Royal Motor Union. Apenas había tenido tiempo de impactarme la diferencia entre los 19 autos presentes y los 79 que inscribieron su nombre en la Marathon de la Route, cuando una voz, desde la escalinata de acceso al Club, preguntó...
—¿Usted es el señor Teleki...? ¿Quién es el señor Teleki?
—Yo soy... —respondí— dirigiéndome a quien me llamaba.
—Señor Teleki, urgente, lo buscan por telex... Creo que me largué a reír... Resulta que, desde el comienzo de la carrera y también desde mucho antes, pero en menor escala, yo me pasaba gran parte del día en la sala de telex del Sport Hotel Tribune...
Fue en la sede del Club donde, realmente, percibí que nuestra clasificación tenía real dimensión de éxito. No sólo por los periodistas, sino directivos de esa institución, y de otras, inquirían, felicitaban, mostraban su curiosidad por el auto, por sus índices de venta, por la calidad de nuestros pilotos, por la sensación que fuera el arreglo de “la Banana”, por los notables recursos de nuestros mecánicos y por lo que ellos denominaban “el regreso”. Sí, el regreso de Juan Manuel Fangio.
Me vi, entonces, al comienzo de una tarea que ahora finalizaba, dialogando con Fangio sobre la necesidad de que una persona que tomara a su cargo las relaciones públicas de la misión...
—“Mirá, hermano, cada uno de nosotros tiene que dedicarse a lo suyo. Los mecánicos, los pilotos, yo, Lobbosco, Berta, todos tenemos cosas que hacer y hay otras cosas, muy importantes, que también deben ser atendidas”.
Y de aquella conversación nació un ritmo de trabajo de 16 o más horas diarias, que se desplegaba en una esfera increíblemente vasta. Desde establecer contactos con la Embajada Argentina y las autoridades de la prueba, hasta conseguir la tintorería que lavara las camisas de los muchachos...
Llamadas telefónicas en las que, la más de las veces, no se sabía en qué idioma responderían del otro lado de la línea, entrevistas den todo nivel, solución de problemas graves y nimios, contactos con Bosch, Griling, Dunlop. Los hoteles, los medios de información y, en otro nivel, los muchachos nuestros, que aunque algunos hablaran inglés o italiano y se hubieran podido entender, recurrían a mí. Como yo hablaba alemán... Lo curioso de esta experiencia fue que me preocupé por llegar a Alemania antes que Fangio, para tratar de solucionar todo aquello que estuviera a mi alcance. Y resultó que Fangio, aún estando ausente, me ayudó a mí. La sola mención de su nombre, el actuar en su representación, es una llave maestra que abre y abre puertas. No había sospechado, siquiera, este hecho, que trasciende a otros niveles. La conciencia del nombre de Fangio, en Europa, va de generación en generación. Es como una leyenda.
Recuerdo que una tarde debíamos encontrar un frigorífico, para almacenar los 1.500 kg. de carne que nos enviaría CAP. Fuimos, con Juan Manuel, a una carnicería, para tratar de averiguar los dónde y los cómo de la solución a nuestro problema. Entramos al local y... —¡Herr Fangio...! —exclamó, lleno de sorpresa, el dependiente que estaba detrás del mostrador.
¿Hace falta decirlo? La solución la encontró la magia de este nombre.
Esta vez. Y otra vez. Y muchas veces. Su ayuda fue valiosísima. Con su presencia, con su sonrisa, por haber estrechado una mano o firmado un autógrafo. Y con la magia de su nombre. Y con su fe. Su fe en la empresa que represento, en los Torino, y en la maravillosa idea que él mismo bautizó con el nombre de Misión Argentina.
En Alemania, el Sábado 23 de Agosto en horas de la tarde.
Y HABÍAN DICHO... “CON ESOS MONSTRUOS... ¡QUÉ PRETENDEN HACER AQUÍ?”
por TIBOR TELEKI
Se había decidido que Larry y Cacho Franco llevaran el auto hasta Lieja. No quise separarme de ellos hasta el mismo momento en que partieron y, en verdad, hubiera querido seguirlos, tal como lo hicieron 2 autos más. Uno de ellos llevaban a Pepe Diez y Giacone, por cualquier eventualidad que se pudiera presentar, y el otro... bueno... ¡el otro se perdió, al equivocarse de camino, y apareció en Aachen!
No niego que haya sido agradable el demorarme un poco, ya que tuve oportunidad de presentar a la gente que concurrió al asado que preparó, como buen experto que es, el gordo Casarín. Además, en un aparte, pude comenzar a palpar qué significaba lo realizado por la Misión Argentina y por el Torino. Dos periodistas, uno inglés y otro español, virtualmente me secuestraron y, antes que pudiera darme cuenta, estaba respondiendo a un hábil cuestionario en el interior de un Volswagen. Fue un buen interrogante el que me plantearon... “¿Por qué, después de 11 años de ausencia, la Argentina se ha decidido a volver al plano internacional...?” El nudo de la inquietud periodística se había prolongado más allá de las características de los autos y de la clasificación lograda. Recuerdo que les respondí con una gran sinceridad, con la misma que ahora inspira estas líneas... “Creo —les dije— que ha sido, primero, una cuestión de oportunidad. Luego, que Fangio se decidió a hacerlo, siendo esto más importante que lo que muchos cree, y además —aquí salió a la luz un legítimo orgullo familiar—, porque hasta el nacimiento de este automóvil, no había auto argentino que pudiera participar”.
Con el B.M.W. que gentilmente no cediera la fábrica, y disfrutando de una alegría interior que no podía ocultar, finalizadas estas entrevistas, me dirigí a Lieja. Di alcance a los muchachos en Eupen. De allí seguimos juntos, en una pequeña y jubilosa caravana.
Luego llegó la recepción formal, en el Chaud-fontaine. Los aplausos, los vítores, las flores y unos besitos que dos chicas belgas, muy monas, obsequiaron a Larry y a Cacho. La caravana se integró con aquellos participantes que habían finalizado la prueba y proseguimos viajando a Lieja, donde estacionamos los autos frente al Royal Motor Union. Apenas había tenido tiempo de impactarme la diferencia entre los 19 autos presentes y los 79 que inscribieron su nombre en la Marathon de la Route, cuando una voz, desde la escalinata de acceso al Club, preguntó...
—¿Usted es el señor Teleki...? ¿Quién es el señor Teleki?
—Yo soy... —respondí— dirigiéndome a quien me llamaba.
—Señor Teleki, urgente, lo buscan por telex... Creo que me largué a reír... Resulta que, desde el comienzo de la carrera y también desde mucho antes, pero en menor escala, yo me pasaba gran parte del día en la sala de telex del Sport Hotel Tribune...
Fue en la sede del Club donde, realmente, percibí que nuestra clasificación tenía real dimensión de éxito. No sólo por los periodistas, sino directivos de esa institución, y de otras, inquirían, felicitaban, mostraban su curiosidad por el auto, por sus índices de venta, por la calidad de nuestros pilotos, por la sensación que fuera el arreglo de “la Banana”, por los notables recursos de nuestros mecánicos y por lo que ellos denominaban “el regreso”. Sí, el regreso de Juan Manuel Fangio.
Me vi, entonces, al comienzo de una tarea que ahora finalizaba, dialogando con Fangio sobre la necesidad de que una persona que tomara a su cargo las relaciones públicas de la misión...
—“Mirá, hermano, cada uno de nosotros tiene que dedicarse a lo suyo. Los mecánicos, los pilotos, yo, Lobbosco, Berta, todos tenemos cosas que hacer y hay otras cosas, muy importantes, que también deben ser atendidas”.
Y de aquella conversación nació un ritmo de trabajo de 16 o más horas diarias, que se desplegaba en una esfera increíblemente vasta. Desde establecer contactos con la Embajada Argentina y las autoridades de la prueba, hasta conseguir la tintorería que lavara las camisas de los muchachos...
Llamadas telefónicas en las que, la más de las veces, no se sabía en qué idioma responderían del otro lado de la línea, entrevistas den todo nivel, solución de problemas graves y nimios, contactos con Bosch, Griling, Dunlop. Los hoteles, los medios de información y, en otro nivel, los muchachos nuestros, que aunque algunos hablaran inglés o italiano y se hubieran podido entender, recurrían a mí. Como yo hablaba alemán... Lo curioso de esta experiencia fue que me preocupé por llegar a Alemania antes que Fangio, para tratar de solucionar todo aquello que estuviera a mi alcance. Y resultó que Fangio, aún estando ausente, me ayudó a mí. La sola mención de su nombre, el actuar en su representación, es una llave maestra que abre y abre puertas. No había sospechado, siquiera, este hecho, que trasciende a otros niveles. La conciencia del nombre de Fangio, en Europa, va de generación en generación. Es como una leyenda.
Recuerdo que una tarde debíamos encontrar un frigorífico, para almacenar los 1.500 kg. de carne que nos enviaría CAP. Fuimos, con Juan Manuel, a una carnicería, para tratar de averiguar los dónde y los cómo de la solución a nuestro problema. Entramos al local y... —¡Herr Fangio...! —exclamó, lleno de sorpresa, el dependiente que estaba detrás del mostrador.
¿Hace falta decirlo? La solución la encontró la magia de este nombre.
Esta vez. Y otra vez. Y muchas veces. Su ayuda fue valiosísima. Con su presencia, con su sonrisa, por haber estrechado una mano o firmado un autógrafo. Y con la magia de su nombre. Y con su fe. Su fe en la empresa que represento, en los Torino, y en la maravillosa idea que él mismo bautizó con el nombre de Misión Argentina.