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"84 Horas de Nürburgring: Misión Argentina"

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CAPÍTULO XXV


En Alemania, el Sábado 23 de Agosto en horas de la tarde.


Y HABÍAN DICHO... “CON ESOS MONSTRUOS... ¡QUÉ PRETENDEN HACER AQUÍ?”
por TIBOR TELEKI




Se había decidido que Larry y Cacho Franco llevaran el auto hasta Lieja. No quise separarme de ellos hasta el mismo momento en que partieron y, en verdad, hubiera querido seguirlos, tal como lo hicieron 2 autos más. Uno de ellos llevaban a Pepe Diez y Giacone, por cualquier eventualidad que se pudiera presentar, y el otro... bueno... ¡el otro se perdió, al equivocarse de camino, y apareció en Aachen!
No niego que haya sido agradable el demorarme un poco, ya que tuve oportunidad de presentar a la gente que concurrió al asado que preparó, como buen experto que es, el gordo Casarín. Además, en un aparte, pude comenzar a palpar qué significaba lo realizado por la Misión Argentina y por el Torino. Dos periodistas, uno inglés y otro español, virtualmente me secuestraron y, antes que pudiera darme cuenta, estaba respondiendo a un hábil cuestionario en el interior de un Volswagen. Fue un buen interrogante el que me plantearon... “¿Por qué, después de 11 años de ausencia, la Argentina se ha decidido a volver al plano internacional...?” El nudo de la inquietud periodística se había prolongado más allá de las características de los autos y de la clasificación lograda. Recuerdo que les respondí con una gran sinceridad, con la misma que ahora inspira estas líneas... “Creo —les dije— que ha sido, primero, una cuestión de oportunidad. Luego, que Fangio se decidió a hacerlo, siendo esto más importante que lo que muchos cree, y además —aquí salió a la luz un legítimo orgullo familiar—, porque hasta el nacimiento de este automóvil, no había auto argentino que pudiera participar”.
Con el B.M.W. que gentilmente no cediera la fábrica, y disfrutando de una alegría interior que no podía ocultar, finalizadas estas entrevistas, me dirigí a Lieja. Di alcance a los muchachos en Eupen. De allí seguimos juntos, en una pequeña y jubilosa caravana.
Luego llegó la recepción formal, en el Chaud-fontaine. Los aplausos, los vítores, las flores y unos besitos que dos chicas belgas, muy monas, obsequiaron a Larry y a Cacho. La caravana se integró con aquellos participantes que habían finalizado la prueba y proseguimos viajando a Lieja, donde estacionamos los autos frente al Royal Motor Union. Apenas había tenido tiempo de impactarme la diferencia entre los 19 autos presentes y los 79 que inscribieron su nombre en la Marathon de la Route, cuando una voz, desde la escalinata de acceso al Club, preguntó...
—¿Usted es el señor Teleki...? ¿Quién es el señor Teleki?
—Yo soy... —respondí— dirigiéndome a quien me llamaba.
—Señor Teleki, urgente, lo buscan por telex... Creo que me largué a reír... Resulta que, desde el comienzo de la carrera y también desde mucho antes, pero en menor escala, yo me pasaba gran parte del día en la sala de telex del Sport Hotel Tribune...
Fue en la sede del Club donde, realmente, percibí que nuestra clasificación tenía real dimensión de éxito. No sólo por los periodistas, sino directivos de esa institución, y de otras, inquirían, felicitaban, mostraban su curiosidad por el auto, por sus índices de venta, por la calidad de nuestros pilotos, por la sensación que fuera el arreglo de “la Banana”, por los notables recursos de nuestros mecánicos y por lo que ellos denominaban “el regreso”. Sí, el regreso de Juan Manuel Fangio.
Me vi, entonces, al comienzo de una tarea que ahora finalizaba, dialogando con Fangio sobre la necesidad de que una persona que tomara a su cargo las relaciones públicas de la misión...
—“Mirá, hermano, cada uno de nosotros tiene que dedicarse a lo suyo. Los mecánicos, los pilotos, yo, Lobbosco, Berta, todos tenemos cosas que hacer y hay otras cosas, muy importantes, que también deben ser atendidas”.
Y de aquella conversación nació un ritmo de trabajo de 16 o más horas diarias, que se desplegaba en una esfera increíblemente vasta. Desde establecer contactos con la Embajada Argentina y las autoridades de la prueba, hasta conseguir la tintorería que lavara las camisas de los muchachos...
Llamadas telefónicas en las que, la más de las veces, no se sabía en qué idioma responderían del otro lado de la línea, entrevistas den todo nivel, solución de problemas graves y nimios, contactos con Bosch, Griling, Dunlop. Los hoteles, los medios de información y, en otro nivel, los muchachos nuestros, que aunque algunos hablaran inglés o italiano y se hubieran podido entender, recurrían a mí. Como yo hablaba alemán... Lo curioso de esta experiencia fue que me preocupé por llegar a Alemania antes que Fangio, para tratar de solucionar todo aquello que estuviera a mi alcance. Y resultó que Fangio, aún estando ausente, me ayudó a mí. La sola mención de su nombre, el actuar en su representación, es una llave maestra que abre y abre puertas. No había sospechado, siquiera, este hecho, que trasciende a otros niveles. La conciencia del nombre de Fangio, en Europa, va de generación en generación. Es como una leyenda.
Recuerdo que una tarde debíamos encontrar un frigorífico, para almacenar los 1.500 kg. de carne que nos enviaría CAP. Fuimos, con Juan Manuel, a una carnicería, para tratar de averiguar los dónde y los cómo de la solución a nuestro problema. Entramos al local y... —¡Herr Fangio...! —exclamó, lleno de sorpresa, el dependiente que estaba detrás del mostrador.
¿Hace falta decirlo? La solución la encontró la magia de este nombre.
Esta vez. Y otra vez. Y muchas veces. Su ayuda fue valiosísima. Con su presencia, con su sonrisa, por haber estrechado una mano o firmado un autógrafo. Y con la magia de su nombre. Y con su fe. Su fe en la empresa que represento, en los Torino, y en la maravillosa idea que él mismo bautizó con el nombre de Misión Argentina.

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CAPÍTULO XXVI


En Buenos Aires, Agosto 23 de 1969


“NO SÓLO HAY GAUCHOS Y PAMPAS”
por YVON LAVAUD


Fue en 1968 cuando, por primera vez, Juan Manuel Fangio me habló sobre este proyecto. Nosotros sabíamos de las bondades, de las virtudes del Torino, y conocíamos la opinión que este automóvil había merecido —de expertos— en Europa, donde lo enviamos para su evaluación. Allí se lo consideró un “fuera de serie”, no comparable con un auto de gran producción, sinó más bien un producto de categoría especial.
En una palabra: en Europa lo valoraron mucho. Por lo general más que en éste, su país de origen.
No por nada yo tuve, desde un principio, mucha fe en el Torino. Sucede que es un automóvil bien nacido. La idoneidad de los ingenieros capaces de haberlo hecho (y bien) estaba demostrada. Tuve, además, el respaldo de la gente de Ingeniería de Productos de Renault-Francia, que vino aquí, lo desarmó en su totalidad, lo estudió pieza por pieza, y quedó absolutamente conforme.
Pero... ¿qué podíamos hacer para demostrar que ese automóvil era, realmente, de nivel internacional? Pensamos en elegir una prueba que resultara en una comprobación fehaciente... Ir a correr a cualquier circuito... o en cualquier competencia no era, por cierto, el objetivo. En este sentido dimos comienzo a conversaciones con algunos amigos y, sobre todo, con Juan Manuel Fangio. Y fue precisamente Fangio quien, un día, nos expuso su idea de que la Marathon de la Route era la prueba que buscábamos.
A primera vista me pareció algo muy importante. Algo quizá un poquito atrevido por la duración de la competencia, por las enormes dificultades del circuito, y por lo sumamente difícil y estricto del reglamento de esa prueba, que lleva toda la exigencia tradicional de la muy famosa Lieja-Sofía-Lieja.
Pero la verdad es que no teníamos, salvo la apreciación de Fangio, datos que nos posibilitaran evaluar la posible performance del Torino. Nunca un Torino había rodado en Nürburgring, ni tampoco ningún piloto argentino lo había hecho en un auto similar. Teníamos, sí, la apreciación de Fangio sobre el Torino y sobre Nürburgring. Esa fue, entonces, nuestra base. Resultó de esta forma que la idea, desde un principio considerada aceptable, no fue puesta en práctica ese año, 1968, por la sencilla razón de que quisimos saber un poco más sobre todas las exigencias del proceso. Partieron —entonces— para Europa, Fangio, Berta y Lobbosco, para interiorizarse de lo que significaban, en la práctica, los detalles del reglamento.
Así fue que examinaron con ojo crítico el circuito y lo recorrieron con un auto de serie. De ese viaje, surgió la conclusión, reiterada por Fangio, de que los Torino podrían comportarse muy bien en ese escenario y en esa carrera. Seguimos adelante, conversando sobre la idea, analizándola, y finalmente Fangio presentó su proyecto, al que denominó Misión Argentina.
Gustó a todos. La fábrica, entonces, se hizo cargo de la preparación de los tres autos, con sus repuestos, y los entregó a la Misión Argentina con el fin específico de competir en las 84 horas de Nürburgring.
Pero la verdad es que, en un principio, estábamos muy lejos de tener como objetivo r a ganar la carrera. Puede ser, pienso ahora, que íntimamente Juan Manuel lo haya supuesto. Pero en lo que hace a nosotros, no conocíamos el circuito, no disponíamos de datos seguros acerca de a competencia que deberíamos enfrentar...
Nuestro enfoque fue, entonces, el de una prudente modestia: ira a hacer la prueba, comparar nuestros autos con los demás, con aquellos producidos por países de una gran tradición como fabricantes de automóviles, con margas de bien ganada fama, y ver el nivel en que nuestros pilotos podían medirse con volantes europeos, especialistas en este circuito y también en este tipo de competencias.
Pensamos en la Misión Argentina como si fuera una especie de embajada. Por primera vez los argentinos salían de su país, integrando un equipo totalmente argentino, y eso —a nuestro juicio— era uno de los hechos más significativos de la Misión.
La consigna era ésa. Demostrar cómo somos y qué fabricamos. Y andar. Andar lo mejor posible... ¡Y cómo anduvimos! Tanto que, en un momento dado, todas las probabilidades para pronosticar los ganadores de la carrera apuntaban a los Torino.
Algunas pequeñas dificultades, alguno que otro problema de escasa importancia (adquirida sólo en función del severísimo reglamento de la prueba) nos quitaron un triunfo muy posible. Pero no es menos cierto que logramos demostrar, mediante esta embajada de directivos, técnicos, pilotos, mecánicos y automóviles, que en la Argentina, como bien se ha dicho, “no sólo hay gauchos y pampas”.
Logramos, también, demostrar seriedad, orden y organización. Es decir: lo que se llama un equipo. Y éste —considero yo— además de uno de los factores preponderantes del éxito, fue un éxito en sí mismo, ya que quedó palpablemente demostrado que los argentinos son hombres bien organizados como los que más. Quizá —no quiero pecar de exagerado, pero lo pienso así— quizá, también, los que demostraron la mejor capacidad para trabajar ordenada y serenamente. Esto fue para nosotros de una enorme satisfacción, por cierto muy comprensible, ya que vino a corroborar la fe y la confianza que habíamos depositado en ese grupo.
Y ahora quiero hacer justicia. Cuando gente de Renault llegó a la Argentina procedente de Francia, de Italia, de Bélgica, de España, y de otros países del mundo, y se afincaron aquí, estaban acostumbrados a los autos de la marca francesa. Pero fue notable ver cómo, a los muy pocos días, se tomaban a pecho el Torino. Lo han querido, lo han transformado en “cosa propia”, simplemente porque lo han manejado. Porque lo han disfrutado y también porque han colaborado en su fabricación.
Recordemos que el Torino fue para nosotros, cuando llegamos a la Argentina, una herencia. Pero una herencia de gran significado, de gran trascendencia. Por eso quiero rendir, en estas líneas, homenaje a los hombres que lo han creado, a quien fuera el impulsor y el ejecutor de la idea de su fabricación en el país, el señor James F. McCloud, al tiempo que no podría separar de “la aventura” del Torino a otro gran hombre argentino, que es el de Fangio. El también tuvo que ver, con su experiencia y su consejo, en el nacimiento de este gran auto argentino.
Este automóvil que hoy nos enorgullece. A todos.

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EPÍLOGO


...Se ruega tener a bien ajustarse los cinturones de seguridad y no fumar. Gracias....
Así lo hice. Maquinalmente. Sin respetar al pedido de mantener el respaldo del asiento derecho, como si fuera un chico de colegio que se complace en hacer lo prohibido, recliné el mío un par de centímetros. Alcanzó para alivianar la tensión en los músculos de la espalda. Entorné los ojos mientras el zumbar de las turbinas se convertía en un rugido que, en el exterior del Boeing 707, debería ser ensordecedor. Carreteamos por la pista del aeródromo de Zurich. Pensé en sacarme los zapatos y decidí en contra. Los pies se hinchan al volar a más de 10.000 metros de altura y es muy incómodo del tratar de calzarlos nuevamente. Como concesión, aflojé los cordones.
Como si los párpados fueran persianas los bajé, con fuerza, decidido a evitar que el cansancio acumulado se perdiera, distraído en la siempre nueva y atrayente maniobra del decolaje.
El rumor fue ensordecedor. Miles de caballos de fuerza llenaron el espacio y ganaron el infinito donde el sonido, en el impensado museo de la historia sonora del hombre, atesora integrantes de una concebible galaxia de memorias y de ondas.
¿Quizá? Quizá tengamos la posibilidad de demostrar lo que valemos. No importa cuánto. Lo que valemos. Lo que hemos logrado ser. Y hacer.
—¿Este auto se fabrica en la Argentina?
—Nosotros hemos venido aquí a aprender...
El rumor fue ensordecedor. Y la claridad de cientos de faros horadó la noche e hizo cierto el día argentino. Estábamos compitiendo. ¿Era bastante?
—Bastante hemos hecho— dijo Miguel Angel Merlo, con su dura, incisiva. Si les hubieran dicho, en Buenos Aires, que puntearíamos la carrera, no sólo durante horas, sino durante días, y que, además, faltando lo que falta, estaríamos terceros... ¿no hubieran saltado de contentos? Y entonces... ¿a qué viene esas caras largas...?
La carrera es larga y dura. ¡No importa que el Ford Capri se nos venga encima! Si quiere agarrar la punta... ¡que lo haga! ¡Que nadie gire en menos de 14 minutos...!
Fangio le dio personalidad a la misión. Lo dijo Cupeiro. Y nos puso en vereda, acotó Franco. Sin él hubiera sido casi un imposible, afirmó Perkins.
Y lo veo, avanzada la madrugada, como si pretendiera, con sólo la fuerza de su voluntad, otorgar al día las horas que el trabajo precisa, a los mecánicos la fuerza, a los pilotos la prudencia, a los directivos optimismo y a todos, aliento. De pie, apoyado en la pared de un garaje, declamando sin palabras su confianza, ejerciendo sin gritos su firmeza; de pie, en los boxes, en la zona no penalizable, en la recta trasera, en un lado y en otro. Con los comisarios, con los directivos. Con los diplomáticos, con los mecánicos. Con unos y con todos. Con nosotros. Con la Misión Argentina.
Y lo veo bajar las escaleras que conducen al inundado túnel que cruza por debajo de la pista. Está solo. Lo llamo. No con la palabra que hace que todos los rostros, de inmediato, se den vuelta. Lo he llamado, simplemente, Juan.
Quizá porque desde antes y también entonces, al igual que ahora, lo siento cerca. Muy cerca. Es posible que yo haya comprendido que existe un tipo de generosidad que se mide con otra dimensión y que en esa dimensión todo adquiere una tonalidad y un valor distinto. Y entonces yo lo llamo, simplemente, Juan. Y él me entiende. Estoy seguro. Y me deja.
—“Argentinien wagen...”— grita un señor alemán que ahora sabe lo que hemos logrado ser y hacer. Y me doy cuenta que a un costado del puente de Adenau, forrados en cuero y lana, como si fueran imágenes turísticas calcadas de una tarjeta postal tirolesa, un grupo de alemanes habla de la industria argentina.
Y pistones y bielas y cojinetes y aros y pernos. Y engranajes y válvulas y ejes y bujes. Y el canto del escape inconfundible, rubricando la eficiencia. Y alternativos y rotativos, los movimientos se suceden con la perfección de lo matemático.
Y el martinete cae sobre la pieza al rojo vivo, acunada en la matriz, y los golpes los aguanta una y otra, como hijo y madre que resisten juntos los embates de la vida, mientras uno se moldea y la otra se desgasta. Y nuestro suelo y nuestra técnica y nuestros hombres lo concretaron. Y está a allí, en la pista, ahora primero, conducido también por argentinos, mientras desvanece acomplejadas premoniciones al tiempo que —sin insolencias, pero con prestancia— el canto del escape inconfundible, sigue poniendo punto en boca a los agoreros del fracaso.
Veo la cara ampollada de Giacone y lágrimas de hombre rodar por las mejillas de Cacho Franco. Comparto los nervios de Lobbosco y me sumo a las primeras arrugas que he visto en la cara de Oreste Berta. “No hagan ruido... Gastón duerme”. Y el telex teclea teclea y teclea. El palco grita su entusiasmo frente al micrófono y García Veiga no siente los dedos crispados de su propia mano derecha, que atenacean su garganta, mientras los minutos se desplomaron sobre nosotros, sobre nosotros, sobre nosotros.
Y veo las cintas argentinas y escucho la música, los aplausos y los vítores.
—Nosotros hemos venido aquí a aprender...
—¿El Torino se fabrica en la Argentina?
—...Hacia el aeropuerto internacional de Barajas. Se ruega a los señores pasajeros tengan a bien ajustarse los cinturones de seguridad y no fumar. Gracias...
El aeropuerto bulle de gente. Compro unos diarios. Cuando voy a pagar, al buscar el cambio en el bolsillo, el prendedor de una pequeña placa de identificación me lastima el dedo pulgar. La acción de arrogar lejos al culpable la quiebra un pensamiento. Con un guiñó de complicidad, el colega López Castagnous me imita y ahora, mientras tratamos sin éxito de permanecer serios, ambos lucimos en la solapa izquierda del saco, la leyenda “Misión Argentina”.
—¿Misión Argentina?— Inquirió el empleado de Inmigración en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza.
Le respondí con las mismas palabras con las que quiero cerrar éste, que es el epílogo de tiempos pasados y prólogo de tiempos que llegan.
En justicia y renovada esperanza.

—Misión cumplida.

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APÉNDICE



De diarios y revistas argentinos, al culminar la “Marathon de la Route”

La ronda continuó. Se presentaron nuevos problemas, algunos, como el de las pastillas de frenos o el cambio de neumáticos, previstos a la hora de estructurar el plan de trabajo. Otros, como la deficiencia de un caño de escape, inopinados. En la emergencia, retemplados los ánimos, el auto continuó su marcha. Perdió terreno, pero así y todo, cuando la fatigosa y exasperante Marathon de la Ruta está a pronto de concluir, mientras la última noche nos sorprende en este circuito de Eifel, nos hacemos una pregunta, que acaso sea una respuesta: ¿Cuánto se ganó desde que éste objetivo de humildad y de fe se puso en marcha?

de
LA NACIÓN
en su edición del día
23/8/69, por Alfredo Parga,
enviado especial a Alemania.


Fangio fue a su requerimiento en lugar de hombre común y mortal, pero en el frenesí desatado en medio de la espléndida fraternidad espontánea de personas envidiablemente hermanas de un hecho útil como éste; la realidad era un sola: somos capaces de cosas grandes si nos ponemos entre todos, entre todos. Sin remisos ni expulsados. Todos han de servir, por inteligentes, por aguantadores, por fervorosos. Cuando Fangio abrazó a Cacho Franco y Franco lloró sin rubor ni cálculo, Fangio miró para otra parte. Pero en la clara pupila campeona había un titilar líquido que algunos creen que fue una lágrima.

de
LA RAZÓN
en su edición del 24/8/69
por Miguel Angel Merlo,
enviado especial a Alemania.


Nürburgring, 23 (UP) — La multitud estalló prácticamente en aplausos entusiasmados cuando Oscar Mauricio Franco entró en la recta que da a los boxes y la línea de llegada con el Torino 4 litros, anotado por la escudería Argentina, culminando su brillante actuación en la Maratón de la Ruta. Fue la ovación más caluros y estruendosa recibida por cualquiera de los competidores, y estuvo reservada para el coche más grande que se hubiera anotado en la carrera. En el box argentino, mecánico, pilotos y periodistas que acompañaron al equipo saltaban y bailaban de alegría.

de
LA PRENSA
en su edición del día
24/8/69, por Stanley Parker.


La Directora de CLARIN, señora Ernestina Laura Herrera de Noble, envió a Juan Manuel Fangio, director de la Misión Argentina, el siguiente mensaje:
“La misión posible” fue slogan de CLARIN desde el mismo momento que partieron hacia Nürburgring. Nuestra fe y nuestro apoyo han sido justificados con el esfuerzo y la capacidad auténticamente argentinos que ustedes han demostrado. Reciban calurosas felicitaciones y la seguridad de que vuestro triunfo “no necesita bandera a cuadros”.

Sra. Ernestina Laura Herrera de Noble,
Directora de
CLARIN.


EL VALOR DE LA HAZAÑA. Quizás esa no sea la palabra exacta. Me cuesta trabajo encontrarla. Me cuesta trabajo definirla. Pero esto alcanza a ser más que eso... Porque ésta empresa, ésta “Misión Argentina” que nació de la inspiración y las ganas de hacer de dos señores que se llaman Juan Manuel Fangio y Oreste Berta, que llegó a Alemania con el fundamental objetivo de aprender, que nos hizo temer en algún momento por el éxito final, llegó a un resultado que seguramente nadie esperaba. Quizá porque los argentinos tenemos la mala costumbre de creer demasiado poco en nosotros mismos...

de la revista
EL GRAFICO
en su edición del 26/8/69
por Alfredo Imas,
enviado especial a Alemania.


...Y si bien es cierto que antes de partir, la Misión encontró un eco alentador en todas las puertas que golpeó, porque tanto los hombres de gobierno como los empresarios y los industriales de todas las ramas la apoyaron moral y económicamente sin pensar que el triunfo beneficiaría e una sola firma en particular (EL GRÁFICO fue uno de los primeros en integrar ese ejército de “creyentes”), encuentra —inmediatamente después de la hazaña— que no sólo se ha ampliado su crédito, sino que el triunfo —de orden nacional— tuvo la virtud de congregarnos a todos los argentinos en un solo sentimiento de admiración que no conoce distinciones ni intereses particulares o comerciales.

de la revista
EL GRAFICO
en su edición del 26/8/69
por Carlos Fontanarrosa,
Director Editorial.


El que quedó, el Torino Nº 3, fue el auto más veloz de la Marathon y pudo haber seguido en carrera muchas horas más. ¿Qué otra cosa puede pedírsele a un auto y a un equipo de corredores? Sería arriesgado olvidar que el objetivo inicial de la Misión Argentina fue el “aprender” y casi se gana la carrera. Además, en una competencia de este tipo, abandonar no es una eventualidad: la eventualidad es llegar.
... Pero, pasado el acontecimiento de Nürburgring, momento inaugural de una nueva zona de la competición para los equipos argentinos (hombres y máquinas), el futuro se presenta expectante. Puede suceder que cualquier desconocido se largue a correr en pistas europeas con autos que a lo mejor tiene una decena de carreras encima y carecen de la preparación necesaria. Los fracasos posibles en este tipo de empresas no pueden, sin embargo, retrotraer a la etapa anterior a Nürburgring. Sobre todo, luego de la impecable preparación y el criterioso enfoque demostrado por la reciente Misión Argentina.
Luego de lo demostrado, una imagen nueva y otra bastante vetusta se convertirán en indudable atractivo para cualquier organizador internacional de carreras de autos-turismo: la de incorporar a los avasalladores Torino, una nueva marca que, para sorpresa de muchos, viene de las lejanas tierras de América del Sur, presumiblemente habitadas —para esa segunda imagen— por los habitantes siesteros a los que los monos presurosos les obsequian cocos desde típicos arbustos.

de la revista
ANALISIS
en su edición del 2/9/69.


El Sport Hotel Tribune volvía a quedar vacío, y en el circuito rodaban los “tuercas” que durante días se conformaron con mirar desde el ángulo predilecto. La lluvia había vuelto a caer con fuerza. La torre del castillo no se veía. Las últimas instalaciones de los boxes, ya vacíos, estaban desmanteladas. Las valijas del centenar de argentinos listas para el regreso, algunas. Con otros destinos, muchos de ellos. Unos a Francia, otros a Italia, Londres... Con cierta tristeza los recientes amigos de Nürburgring le levantaban el brazo para la despedida del centenar de argentinos que los enloquecieron durante un mes. Las camareras, las mucamas, las telefonistas, los guardianes, los porteros, los tranquilos habitantes del anillo de Nürburgring. Las manos se agitaban entre la bruma de la lluvia, mientras todo Nürburgring comenzaba a memorizar para siempre, con su difícil español, Fangio, Berta, Franco, Perkins, Copello, Larreta, Montero, Galbato, Di Palma, Fangio Junior, Canedo, García Veiga, Ruata, Teleki, Lobbosco, Sojit, argentinos, Torino, Argentina, Argentina, Argentina...

de la revista
GENTE
en su edición del
2/9/69, por Samuel Gelblung,
enviado especial a Alemania.


84 horas de vigilia, de angustias, de alegrías, de sorpresas y hasta de lágrimas, han quedado atrás. Aunque lo que hemos visto en estos 3 días infernales, no es sino el producto de una larga planificación. Fueron estas últimas horas las que en estos momentos llenan nuestros ojos y nuestra emoción, cuando en el primer balance podemos comprobar que nuestra industria automotriz, por obra y gracia de lo realizado por la Misión Argentina en esta “Maratón de la Ruta”, vino a demostrar en toda Europa la madurez de la técnica automotor.

del diario
CRONICA
en su edición del
sábado 23/8/69, por Víctor Navas Prieto,
enviado especial a Alemania.


La Misión Argentina cumplió su cometido. Mucho antes de que terminaran las 84 Horas de Nürburgring. Con haber ido bien organizados, con haber presentado tres autos en la línea de partida con los colores argentinos y apoyados por un grupo de gente disciplinada y capaz, ya estaba cumplida la misión. Sin embargo hicieron más que eso, al destacarse también en el nivel deportivo. Esto no lo esperaba nadie. Por lo menos en esa medida. Sin embargo, se hizo. Habrá habido errores. Inclusive de cierta importancia. Pero todo está dentro de posible cuando se va a competir a Europa con autos bien diseñados, construidos y preparados en el país y sin ninguna experiencia. Y faltos de experiencia, no sólo en el plano técnico, son en el de formar equipos con hombres que durante todas sus vidas corrieron en forma absolutamente individual. Sin embargo, los problemas fueron menores. El comportamiento humano fue notable, como corresponde a gente de bien. Dejaron, además de la impresión de ser grandes pilotos, grandes mecánicos, la seguridad de que en la Argentina se vive en un nivel elevado. No somos subdesarrollados y no merecemos que se abusen de nuestra hospitalidad como alguna vez antes, cuando venían a correr aquí el Gran Premio Internacional de Turismo. Porque somos tan capaces como ellos y, además, porque no subestimamos a nadie. Respetamos a todo el mundo. Sólo queremos compartir un lugar entre los países más adelantados del mundo, porque lo somos. Porque lo demostramos cada vez que trabajamos con sencillez, en silencio y con humildad.
Ese es el automovilismo que queremos. El trascendente. El importante. El que somos capaces de hacer. Ahora, a mirar confiados para adelante. A superar lo intrascendente. Esta Misión Argentina abrió camino para el futuro. No dejemos que se vuelva a cerrar.

de la revista
COMPETICION
en su edición del 26 de agosto de 1969.


Mientras esperábamos que no sirvieran la cena, mostré a Fangio algunos artículos de las revistas británicas. Creo que su satisfacción era mayor que cuando hace muchos años los cronistas del Viejo Mundo alababan sus magistrales demostraciones.
“¿Viste cómo lo conseguimos? Ya estamos en boca de ellos y lo más importante es que no hay ninguna crítica, y vos sabés que los periodistas europeos son lapidarios en ese sentido. Y ya vas a ver cómo van a hablar cuando termine la temporada. Cada vez veo más factible que en el 71 el Gran Premio de la Argentina vuelva a tener puntaje para el mundial.”
... Fangio había salido de la Argentina dos meses antes, con una enorme responsabilidad. Su misión estaba cumplida, y ni aún los más optimistas llegaron a creer jamás que lograría un éxito tan resonante. El “quíntuple” estaba de vuelta y, como siempre, con la frente bien alta.
... Y los habitantes de Buenos Aires volvieron a presenciar un espectáculo del que hacía más de diez años se veían privados: el paseo triunfal del hombre que en más oportunidades ha hecho que el mundo hable de Argentina.

de
AUTOMUNDO
Edición del 30/9/69,
por Rodolfo Villanueva, enviado
especial al Viejo Mundo.


En los últimos años de la década del ’20, un argentino —Luis Angel Firpo— puso el nombre de nuestro país en boca de todo el mundo, al sacar a Jack Dempsey fuera del ring. Fue el primer “Toro Salvaje de las Pampas”. Hoy, dentro del “ring”, un segundo “Toro” —esta vez un 380 W— sin lograr una victoria rotunda, a pesar de ser quien más vueltas dio en la pista de Nürburgring, lleva nuevamente la imagen argentina al resto del mundo, demostrando la calidad de nuestras máquinas y pilotos ante una Europa automovilística muy asombrada e incrédula.

de
PARABRISAS CORSA,
Edición del 26/8/69,
por Carlos Figueras,
enviado especial a Alemania.


...Hemos alcanzado un verdadero triunfo —es cierto— pero recién estamos en el comienzo. Si queremos estar y permanecer “ahí”, con la “creme international” tenemos que empezar a trabajar y a movernos en serio, sin darnos tregua. La Misión Argentina de 1969 fue algo realmente positivo y como argentinos nos sentimos orgullosos de lo realizado. La consigna, ahora, es: ¡No dormirse sobre los laureles!

de
PARABRISAS CORSA,
edición del 26/8/69,
por Guillermo Mártire, Director.

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